El hombre, en su puesto como vicegobernante de Dios sobre la creación, fue asignado para ser un trabajador. El trabajo de nuestra vida es un llamado que afirma nuestra dignidad y glorifica al Divino Trabajador. Como dijo el apóstol Pablo:
Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.1
El gran teólogo reformado, educador, y diplomático Abraham Kuyper lo expresó de esta manera:
Dondequiera que el hombre esté, cualquier cosa que haga, a cualquier cosa que aplique sus manos: la agricultura, el comercio y la industria; o en cualquier cosa que aplique su mente: el mundo de las artes y la ciencia; en cualquier cosa que sea, él está constantemente delante del rostro de Dios; está empleado al servicio de Dios; tiene que obedecer estrictamente a su Dios; y sobre todo, su meta tiene que ser la gloria de su Dios.2
Como vimos en el capítulo uno, Max Weber formuló la ética protestante de trabajo. Weber entendía que las ideas tienen consecuencias. El sabía que la materia está muy lejos de ser lo único que importa; y que la cosmovisión que da origen a la ética protestante es lo que hace la diferencia.
A pesar de que, aun hasta el día de hoy, Weber es una imagen sagrada en el panteón de las ciencias sociales, fue Juan Wesley (l 703-1791), el evangelista de avivamientos y reformador social de Inglaterra, quien destilaría, en un lema fáciI de entender, la esencia de lo que aún no se descubría como la ética de trabajo.
A pesar de que los tres mandamientos de Wesley se refieren a las tres bases del capitalismo: la formación de capital (trabajo), la acumulación de capital (ahorro) y la inversión de capital (dar), es claro que él estaba operando desde un contexto más amplio que los directivos de la industria moderna. Ese contexto era la cosmovisión o perspectiva judeocristiana. No tenía que ver solamente con trabajar mucho. El ahorrar, por ejemplo, demuestra que confiamos en que hay un futuro, que la historia se encamina hacia alguna parte, y que se pospone la gratificación inmediata. Por su parte, el dar refleja la responsabilidad del hombre, ordenada por Dios, de ayudar; primero, a la familia de Dios; y luego, a la familia humana.
Este modelo es una tríada de trabajar, ahorrar y dar. Conforme cada elemento alimenta a los otros, produce sinergia. A diferencia de gran parte de lo que sucede en el capitalismo de hoy, la ética protestante está centrada en otros, tanto en su concepción como en su función. No sirve primariamente a uno mismo, sino a Dios, a otros y al futuro. Pone una base sólida para los negocios y para emprender iniciativas económicas. A pesar de que valora la riqueza física, no tiene que ver principalmente con el dinero. El hecho de que gran parte de la cultura moderna es un frenesí por el dinero, demuestra cuánto nos hemos apartado de esta ética.
Como vimos anteriormente, la palabra economía viene de la palabra griega oikonomía (ot1covoµm), que significa: “administración o mayordomía de la casa”. La palabra refleja una filosofía moral, a pesar de que el día de hoy ha quedado bastante olvidada. Dios se preocupa por todas las esferas de la vida, incluyendo la económica. En contraste con la tendencia actual de compartimentar cada área de la vida en unidades discretas y desconectadas, debemos recordar que los principios que dan vida a la esfera económica son los mismos que funcionan en las esferas espiritual y moral.
La cultura de Occidente no es la única con acceso a estos principios. Una ética similar se encuentra en las culturas confucianas. En el Oriente encontramos dos aspectos de esta otra “ética de trabajo”: trabajo arduo y jen; lo cual es benevolencia o un interés propio progresista. El jen está ilustrado por el equivalente funcional confuciano de la Regla de Oro de Cristo: “todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. La ética confuciana, basada en algunos de los mismos principios en los que se basa su equivalente protestante, es una de las mayores razones para el boom económico que se está propagando en gran parte del Asia.
Obviamente, las diferencias en los aspectos económicos del teísmo, el secularismo y el animismo son muy grandes. La Figura 12.2 da un compendio de las premisas claves de cada uno. Estas diferencias han sido ampliamente discutidas en este libro. Nuestro mundo moderno está repleto de culturas que muestran cómo el secularismo lleva inevitablemente a un consumismo egoísta; y de culturas que muestran cómo el animismo produce consistentemente una abyecta pobreza. Detrás de la asombrosa prosperidad que acompaña al capitalismo siempre vamos a encontrar principios que fluyen de una perspectiva teísta del universo.3 Sería útil examinar cada uno de los componentes del mandamiento tripartito de Wesley para entender mejor por qué Kuyper y We ber estaban en lo correcto, y por qué los secularistas y los animistas están equivocados.